En este post te cuento sobre mi crónica de viaje por Fortaleza, en el nordeste de Brasil.
Fortaleza, una mezcla de pasado y modernidad
Fortaleza es mi primer destino. La gran diferencia con mi país Argentina la siento al poco tiempo de aterrizar: el calor. El sol quema, azota, encandila. No puedo creer que sea agosto y se sienta tan infernal. Sobre las veredas angostas me detengo a mirar a la gente. Hacen 32 grados, el viento es caliente y veo piernas –robustas, negras, trigueñas, blancas, delgadas– y ojotas por todos lados. Pocos jeans o zapatillas. La gente trabaja vestida así. De solo pensar cómo hacen para trabajar en enero con este calor, transpiro cada vez más.
En mi primer día visito Iracema, una playa urbana, y juego con la estatua y las fotos a contraluz. Es el símbolo de la ciudad, la típica postal. En esta playa hay muchos restaurantes y bares para todos los gustos. Los mozos bailan y los turistas beben cerveza, mucha. Están sentados con los pies en la arena y en sillas amarillas de plásticos que dicen skol, la cerveza más popular de Brasil. Mientras tanto los lugareños corren agitados sobre la costanera cuando cae el sol como en la rampa de Montevideo o la de Mar del Plata. Es que me es inevitable al viajar comparar las ciudades, siempre me pasa, incluso en mi propia ciudad. A veces camino por las calles platenses y me recuerdan y teletransportan a otro lugar. Esta vez la costanera de Fortaleza me hace acordar a Mar del Plata, una bahía larga con edificios modernos a su alrededor. Pero la diferencia con el agua es abismal. Acá el agua es tibia y transparente.
Unos pasos más allá, sobre la Avenida Beira Mar, los artesanos empiezan a montar la feria artesanal. Veo vestidos, mallas coloridas, aros de mimbre, estatuas de madera y castañas de cajú. Compro postales para enviar. A las seis de la tarde oscurece, ese es otro de los hechos que me sorprenden. En cuestión de minutos, el sol se pone sobre el mar. Si bien es una ciudad ventosa los locales dicen que en Fortaleza los 365 días del año hay sol. A veces llueve unos minutos, la llaman la lluvia de cajú, y es muy necesaria: Fortaleza es el mayor exportador de cajú del nordeste de Brasil.
Caminando por la misma Avenida Beira, pero para el lado contrario de la feria, se llega al Ponte dos Ingleses, lugar famoso por ofrecer una maravillosa vista para apreciar la puesta del sol, aunque bastante abandonado y un poco inseguro para mí gusto. Pero me alegra descubrir debajo de los puentes pintadas de colores. Por encima de otros puentes veo pasar autos y más autos. “En Fortaleza hay 3 millones de personas y dos millones y medio de autos“, me dice un local exagerando pero no tan lejano de la realidad. Es la segunda ciudad mas grande del litoral de Brasil y se siente en la cotidianidad: caos en el tránsito, pocos lugares para estacionar, amontonamiento de gente y contaminación sonora.
Yendo a la Playa del Futuro -una playa alejada pero a la vez la más popular- desde el colectivo veo un pantallazo general donde se hace explícita la contradicción de muchas ciudades latinoamericanas. Barrios humildes, casas precarias unas encimas de otras y a pocos metros una playa preparada con una gran infraestructura para el turista: piscinas, restaurantes con comida internacional y espectáculos en vivo. Aunque este espacio también lo aprovechan los locales, sobre todo los fines de semana. Acá hay muchas barracas (bares) donde se puede comer cangrejo, comida típica del estado de Ceará.
El Nordeste brasilero también es conocido internacionalmente por el talento de sus artesanos. En Fortaleza es posible adquirir varias piezas confeccionadas por algunos de esos ilustres artistas que ayudan a fortalecer la identidad regional a través de su arte. Esas obras de arte genuinas se pueden encontrar en locales no muy distantes como en el Mercado Central, la Feria de Artesanía de Beira Mar, el CEART y el Centro de Turismo. Por eso se dice que en una visita por Fortaleza hay que incluir una pasada obligatoria por el Mercado Central que se ubica en el centro, a 100 metros de la Catedral Metropolitana. En sus cuatro pisos se pueden encontrar por ejemplo pareos por R$20, vestidos por R$ 25 y mantas por R$35 pero claro todo se puede regatear.
Fortaleza hoy también es un importante polo de confección y venta de ropa para revender a otras ciudades cercanas. Camino por algunas de sus calles, y se me viene a la mente otra imagen, la de La Salada: pasillos con cientos de puestos de vendedores ofreciendo ropa por cantidad a poco precio. Pero las opciones de compras en Fortaleza son muy variadas y hay para todos los gustos. En conclusión quienes buscan artesanías que refieran a la cultura de la ciudad pueden encontrarlas en las ferias de artesanos y para aquellos que buscan las mejores marcas y los productos sofisticados pueden realizar una visitar por los centros comerciales y tiendas alrededor de la ciudad.
En la ciudad también se destaca la imponente Catedral, el símbolo de la religiosidad de Fortaleza, el teatro José de Alencar –de arquitectura eclética y estilo art nouveau– y el Centro Cultural Dragao do Mar con muchas actividades artísticas y gratuitas, que garantizan una atmósfera de diversión y cultura al viajero que la visita.
La capital del Estado de Ceará es la quinta mayor ciudad de Brasil y en lo personal creo que es una ciudad de pasada a Jericoacoara o a Canoa Quebrada. Pero como los viajes además de los lugares también lo hacen las personas no quería terminar este post sin antes aclarar que en Fortaleza conocí a Lutxi, Bruno y Ferdi, grandes personas que hicieron que en mi primer destino me sintiera realmente cómoda como en casa. Fortaleza fue el comienzo de mi primer viaje sola por Brasil por lo que siempre quedará guardado entre mis mejores recuerdos de esta aventura.
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