Quito: un domingo familiar y lleno de sabores. Crónica de viaje e información útil sobre la capital ecuatoriana.
Quito: un domingo familiar y lleno de sabores
El día anterior a nuestra partida la temperatura había llegado a los 44°C en Buenos Aires. Cuando pisamos la ciudad de Quito –el 29 de diciembre a la una de la mañana–el frío me heló las mejillas. Después de tantos días sofocantes fui feliz al sentir la piel de gallina. Un amigo ecuatoriano me había advertido del clima cambiante así que venía vestida con mi atuendo de cebolla: varias capas de ropa según la ocasión. Que el clima de Quito es muy versátil fue lo primero que aprendí al llegar. En esta ciudad nunca se sabe lo que va a pasar a lo largo del día. Por lo general la capital ecuatoriana te despierta con un sol cálido y tenue. Al mediodía los rayos comienzan a quemarte la cara y a enceguecerte. Por la tarde, caen varias gotas y a la sombra es necesario ponerse un abrigo. Para pasear por la ciudad conviene llevar siempre en la mochila protector solar, anteojos y un abrigo impermeable.
La ciudad está ubicada a 2800 msnm por lo que quizás al caminar puedas sentirte un poco mareado o en modo tortuga (léase lento) o abombado. Los locales aconsejan no hacer grandes esfuerzos durante los primeros días para aclimatarte primero al lugar. Pero como estábamos de paso por la ciudad tan sólo por un día hicimos oídos sordos y junto con nuestro amigo de Couchsurfing Raúl y su novia Katy –gran guía– salimos a dar vueltas por la ciudad. Pero antes nos esperaba su familia –de esas que sin conocerte te abren las puertas y te hacen sentir un integrante más–con un gran almuerzo de bienvenida.
–Si son amigos de mis hijos son mis amigos. Serán siempre bienvenidos–nos dijo Raúl, el padre. Y todos brindamos con una bebida similar a una sidra.
En el departamento aún quedaban rastros de la navidad pasada: el pesebre intacto, las botas de tela colgadas y hasta regalos sin abrir. Era domingo y ese almuerzo familiar se asemejaba bastante a uno típico de una familia argentina. Excepto por la comida que no se parecía en nada. Allí probamos los chochos con tostados; son legumbres que los comen como snacks. En los mercados la gente los compra como aperitivo de media mañana o almuerzo. En Ecuador hay chochos desde tiempos prehispánicos pero los españoles los consideraban comida de pobres y dejaron de cultivarlos en favor de otros cultivos que traían de Europa. Ellos sí que no sabían lo que se perdían! Incluso hay estudios que dicen que superan a la quinua y a la soja en beneficios nutricionales.
Raúl también nos dio a probar varios jugos como el de mora y el de tomate de árbol. Éste se parece mucho al tomate de pera y es digamos que un poco más grande que un huevo. En Baños, otro destino que visitamos después, encontramos el árbol en un mirador. Acá la foto!
Luego vino la sopa con pollo y perejil. En Ecuador, como en muchos países latinoamericanos o en nuestras provincias del norte, se sirve un plato de sopa antes del plato principal. Si bien muchas veces hace mucho calor para tomar sopa, te saca bastante el hambre. Acá las sopas pueden ser de gallina, de avena,de habas, de res. Y que no te sorprenda encontrar en la sopa una pata de gallina (no apto para impresionables!)
Como plato principal comimos guatita, otro plato típico ecuatoriano. Aunque se consume en todo el país andino, es una comida originaria de la zona costeña y muy calórica. La guatita es un estofado a base de trozos de estómago de vaca (mondongo). Se sirve con arroz y aguacate (palta). Si bien nunca me gustó el mondongo -por su consistencia chiclosa y su textura de toalla- este plato ecuatoriano me sorprendió y me gustó, probablemente haya sido porque estaba cortado muy chiquito y acompañado de palta. La palta todo lo puede! :) Luego del almuerzo hice entrega de la camiseta del Lobo a Raúl quien luego de su paso por La Plata (mi ciudad y donde nos conocimos dos años atrás) eligió ser tripero (juro que no lo obligué!!).
El mercado
Durante el almuerzo charlamos de la cultura del país, de la educación, del sistema de salud y de política. La familia nos habló también de decenas de frutas y verduras desconocidas. Seguramente vieron nuestra cara de asombro ya que decidieron llevarnos al mercado y que las viéramos con nuestros propios ojos.
En mis viajes consideré siempre a los mercados callejeros como uno de los mejores lugares para conocer la cultura de cada lugar. Y mucho mejor si uno va con un local que pueda responder todas nuestras preguntas. Me sentí como una niña: “¿y esto qué es?” “¿Y esa fruta roja a qué sabe?” “¿Cómo le dicen acá a las ciruelas? ¿Claudia?” Si bien confieso que no me gustan las frutas en general (y juro que desde chica me han hecho probar todas) me gustó ver sus colores y sus diferentes texturas. ¿Sabían que en Ecuador hay más de sesenta variedades de frutas? Mi memoria es mala para estos casos pero me acuerdo de algunas que pregunté: guaba, papaya, tamarindo, guanabana, naranjilla, toronja, chirimoya, capulí y tuna.
Las bananas que parecen estrellas se llaman Babaco. Son lindas, no?
Estos cangrejos los venden vivos! Marcia, la mamá de Raúl, me contó que una vez compró varios cangrejos para cocinar y mientras uno la pellizcaba con sus tenazas los otros se le escapaban por todo el departamento.(La venganza de los pobres cangrejos!)
Paletas gigantes de chocolate para hacer chocolate caliente…mmm!
Centro histórico de Quito
A la ciudad de Quito la visité un domingo. Mejor dicho, dos domingos, porque antes de tomarnos el avión de regreso volvimos a recorrer la ciudad por un día. Será por eso que la conocí tranquila, relajada. Quizás estaba descansado del caos de la semana. Y yo que me la imaginaba como toda capital agitada y vibrante. Si bien es la capital de Ecuador, Quito no es la ciudad más poblada; es la segunda después de Guayaquil. A primera vista toda la zona del centro histórico se encuentra muy bien preservada o restaurada, las casas son de colores pasteles y las calles empinadas. Lo que más me llamó la atención es que caminando por esas calles estrechas, durante un domingo de diciembre, me encontré con calles cortadas para una bicicleteada (envidio a los que pueden andar en bici en la altura!), hombres jugando a las cartas en la vereda como si estuvieran solos en el patio de sus casas…
Muñecos de aserrín y ropa deshilachada para quemar y despedir el año viejo…
Mujeres regando balcones…
Madres sonrientes…
Consultorios dentales cerrados…
Varones que se disfrazan de «viudas» que lloran la muerte del año que se va quemar mientras piden limosna, y coquetean a los choferes de autos…
Puesto de comidas típicas…
Edificios históricos…
La Basílica tiene una arquitectura neo-gotica. Tienen animales y gárgolas que adornan las partes altas de la iglesia. Hay caimanes, iguanas, lobos marinos, pumas y tortugas galápagos.
Casa de Gobierno
Arte callejero…
Párrafo aparte merece la Calle La Ronda, una de los paseos más pintorescos de la ciudad. Esta calle estrecha y empedrada fue nido de cantores y poetas. En los años 30 románticos y bohemios se juntaban en los cafés a conversar, leer y escribir canciones. Hoy es famosa por ser un callejón colonial donde se encuentran galerías y talleres de arte, tiendas de artesanías y cafecitos acogedores. Pero esta calle ya existía antes de la llegada de los españoles. Su nombre original fue “El Chaquiñán” que ahora se lo traduce como camino o sendero y se supone que esta calle ya estaba trazada hacia 1480 cuando los Incas llegaron por primera vez a Quito.
Allí probamos empanadas de morocho (la masa se hace con maíz morocho y grasa animal) y la caña de azúcar (demasiado dulce para mí gusto!).
La Mitad del mundo
Después de 16 días viajando por Ecuador (que serán contados en próximos posts) volvimos a Quito para tomar el avión. La capital nos esperaba igual. Un domingo, otra vez con su tranquilidad. Decidimos ir a visitar el sitio más turístico de la ciudad: La Mitad del Mundo. Tomamos el transporte público y luego de algo así como una hora y media estábamos ahí. No me pregunten por qué pero antes de ir ya intuía lo que el lugar me iba a transmitir. Sinceramente, poco y nada. La zona donde está emplazado el monumento de la mitad del mundo no dice mucho. Es un monumento, con un par de museos alrededor y una línea que surge desde su mitad separando los dos hemisferios. Además no está ubicado exactamente en la línea del Ecuador, sino 300 metros más al sur. Como todo gran monumento estaba lleno de turistas sacándose fotos al estilo «Boludos en las Salinas» (ojo, también lo he hecho!) haciendo la tradicional foto «teniendo al mundo en las manos”, click, “besémosnos cada uno en distinto hemisferio», etc. Había un show de danzas tradicionales y varios puestos de artesanías (más caros que lo habitual).
Confieso que en cuando era chica me había llamado la atención aquel misterioso lugar, ¿cómo sería la sensación de estar en la mitad del mundo? ¿Sería verdad eso de que podés hacer que un huevo se quede parado, en perfecto equilibrio? ¿Y eso que dice que si una persona se pesa en la Mitad del Mundo, tiene un peso menor que en cualquier otro lugar de la Tierra? Pero con el correr de los años – y los viajes- descubrí que los lugares que más te llenan no son los que más monumentos tienen y no se trata de tachar en la lista lugares y anotar “yo estuve ahí” sino conocer su cultura y su gente. Y es por eso que en ese segundo domingo del 2014, con los aires del nuevo año, lo que más me conmovió fue estar paseando con mi amigo ecuatoriano, disfrutando del reencuentro, por qué no en la Mitad del Mundo. Podés reservar tu entrada anticipada desde acá.
Bonus Track: Tips Viajeros
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