Relatos cortos de Guinea

En este post te comparto una serie de fotos relatos y relatos cortos de Guinea.

Relatos cortos de Guinea

Cuando tu mente y corazón están conectados, todo va a estar bien 💛

Esa frase la aprendí en mi primer encuentro con un guineano. Me acuerdo que fue en el avión de París a Conakry. Éramos las únicas blancas y llamábamos bastante la atención con nuestras camisetas argentinas. Sentado al lado nuestro, estaba un hombre de piel negra, nariz ancha, manos de boxeador y un reloj dorado que brillaba mucho. Vestía elegante y se presentó cordialmente como Ahmed Sékou. Nos contó que se llamaba como el primer hombre que gobernó el país, luego de independizarse de Francia en 1958.

En un inglés fluido nos contó que trabajaba con distintas organizaciones en programas de ayuda, integración laboral y educación a jóvenes de comunidades donde les enseñaban talleres de costura, instrucción cívica y militar y reconstruían escuelas. Nos mostró en su teléfono muchas de esas fotos donde aparecían niños estudiando, adolescentes vestidos de militares y hombres levantando paredes. Pasaba las fotos con su dedo índice de forma rápida, como si no quisiera robarnos demasiado tiempo pero con el entusiasmo de alguien que quiere compartir esas motivaciones que le quitan el sueño. Antes de despedirnos, nos dejó su tarjeta para que lo llamáramos y organizáramos una visita a alguna escuela u orfanato. Estaba sorprendido con nuestro viaje a su país y nuestro propósito. Cuando le dijimos que teníamos muchas expectativas y dudas sobre cómo poder comunicarnos, nos respondió esta frase mientras señalaba con su dedo mayor la sien y y luego hacía golpecitos a la altura del corazón: Cuando tu mente y corazón están conectados, todo va a estar bien 💛

Mapa Guinea desde el avión

En Guinea todo convive

En Guinea todo puede pasar. Cientos de colores y texturas. Calles de tierra colorada. Cabras en el medio de un ensayo, gallinas en el medio de un dundumbá. Tuk tuks que van a las chapas, taxis sin vidrios, telas de colores, regateo, combis con peluche y sin espejos, gallos como despertadores, zapatillas brillantes e impecables, canillas compartidas en el barrio, agua mineral en sache de plástico, mujeres portando bebés, niños sueltos, mujeres prendiendo fuego para cocinar, costureros y peluqueros en las calles, nenes gritando fote, fote, personas bañándose en la calle, una garita con una tv y hombres viendo fútbol, un hotel 4 estrellas con vista a un mar contaminado, un dromedario en el medio de una calle, mujeres portando sus comercios en la cabeza y con las manos libres. Una escalera que se cae en una botique, rezos en las mezquitas, malaria, un policía que coimea por un chip de teléfono, dejar tu pasaporte y confiar, muchos djembes, dundumbá, cortes de luz y música ao vivo. Guinea te cachetea y te abraza por igual.

Algunos registros de estos días en Conakry, Guinea.

La noche que se cortó la luz

Una de las primeras noches se cortó la luz cuando estábamos terminando de cenar. Me acuerdo que me dolían los hombros y los trapecios de las clases que habíamos tomado.
Con el cansancio del día y el calor, lo lógico hubiera sido irnos a dormir. En cambio, surgió de forma improvisada una serenata. Anzu, uno de los músicos, empezó a cantar con una voz tan dulce y a la vez tan potente que te trasladaba a otra dimensión. Jacka lo acompañaba con la kora, un instrumento formado por una calabaza y 20 cuerdas, mezcla de arpa y laúd que jamás había visto en persona, mucho menos tocar.

Era una melodía suave, de esas que endulzan los oídos y te hace flashear. En ese momento, en total oscuridad, sin velas, creo que todxs entramos en un estado de trance escuchando la canción cantada en malinké. Era imposible de pronunciar. Era una canción suave, como para hacer dormir a un bebé. Cada tanto intercambiaban un Holaaa señoritaaa en un intento de español que nos hacía reír.
Una vez que terminó el repertorio malinké empezamos a cantar zambas argentinas y ellos intentaban repetir la letra. Terminamos mostrándoles cómo se bailaba el tango y la chacarera en nuestro país.
En ese instante miré a mi alrededor y me di cuenta que éramos personas de distintos continentes, cantando en idiomas diferentes pero que había algo familiar en el aire que nos unía. Esa escena se parecía mucho a cualquier noche de sábado en Argentina cuando nos juntamos entre amigxs a tocar la guitarra y a cantar y perdemos la noción del tiempo. Aquella noche en Guinea, bajo la luz de la luna, me sentí muy cerca de casa.

Wontanara: Lo que aprendí viajando a Guinea

Desde que viajo, hay una regla que siempre repito: nunca te separes de tu pasaporte. Es el documento más importante, tu única garantía de identidad en tierra extranjera. Pero el primer día en Guinea, rompí mi propia regla.

Llegué con mis amigas a Conakry después de horas de vuelo y escalas eternas. La ciudad vibraba con un caos desconocido para nosotras. Todo era intenso: los colores, los sonidos, el calor pegajoso. Apenas bajamos del avión, sabíamos que estábamos en otro mundo. Un mundo donde nuestra lógica no servía de nada. «Acá nada funciona como en casa», pensé. Pero lo que al principio sentí como una barrera, terminó siendo una de las mayores enseñanzas.

Para comprar un chip de celular, el trámite era lento y complicado. Había que dejar el pasaporte, esperar, confiar. No entendíamos bien el sistema ni el idioma, y la fila parecía interminable. Entonces, Mamadi uno de los músicos que acabábamos de conocer, se ofreció a hacerlo por nosotras. Tomó nuestros pasaportes y desapareció entre la multitud. Todo mi instinto viajero gritaba que era una mala idea. Pero no había otra opción más que confiar.

Horas después, Mamadi volvió. Me devolvió el pasaporte intacto y el chip, tal como había prometido. En ese instante, lo entendí: en Guinea, la palabra vale más que cualquier contrato. Si alguien dice que hará algo, lo cumple.

Ese fue el primero de muchos aprendizajes. En Guinea, todo se resuelve en comunidad, usando el cuerpo físico como herramienta, con el tiempo que haga falta. Allí la crianza es compartida, la música y la danza son parte de la vida cotidiana y la alegría es bandera. No hay relojes, se vive en el presente. Las personas mayores son sagradas, el espacio privado casi no existe y el individualismo es un concepto ajeno.

Aprendí a mirar mis privilegios con otros ojos: tener una cama, abrir una canilla y que salga agua, prender una luz, comer más de una vez al día. Cosas que siempre di por sentadas, allá eran lujo.

Wontanara, siempre decían. Significa «estamos juntos». Nadie se salva solo. Esa es la verdadera riqueza de Guinea.

Viajar transforma. A veces, rompe nuestras propias reglas para enseñarnos algo más grande. Después de Guinea, intento -aunque no siempre sale- jugar más, vivir con más alegría y menos prisa, confiar un poco más en la vida y recordar que, al final del día, estamos juntos en esto.

Si alguna vez sentiste que el tiempo corre o que vas en piloto automático, te invito a preguntarte: ¿y si hoy jugamos más? ¿Y si nos damos permiso para hacer las cosas distinto?

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