En este post te cuento mi llegada a Auckland, la ciudad de las velas. Las primeras impresiones de la ciudad neozelandesa.
Llegada a Auckland, la ciudad de las velas
La despedida
El avión salía a las 2.05 am. Tres horas antes llegamos al aeropuerto, hicimos el check in y nos despedimos de nuestras familias. A Jose se le piantó un lagrimón. Yo traté de hacer la despedida lo más rápido posible: chau, chau, adiós, pero mi mamá me llenó de besos, abrazos y consejos. Mi viejo me miró y en tono muy serio me dijo solamente tres palabras: «Volvé, por favor…» Sonreí y le guiñé un ojo.
Ya en el preembarque empezamos a hacer sociales. Mi objetivo de conocer gente ya se estaba cumpliendo antes de tomar el avión. Resulta que ya ¨conocía¨ a Lula, una chica de Saladillo y a Federico, un chico de Villa del Parque. Nos habíamos contactado por internet un par de meses antes y habíamos charlado un poco. Nos reconocimos obviamente por la foto del msn. Lula nos presentó a su hermana Ludmila, que también viajaba con ella, y a la charla se sumó Gonzalo, un chico muy alto de La Plata (tripero, obviamente).
Como dice mi amigo especial Rivarola, el mundo es un pañuelo y nosotros los moquitos. Nunca lo habíamos visto en la ciudad de las diagonales, pero hablando descubrimos que teníamos varios conocidos en común. La charla con los argentinos fue muy divertida e informativa, cada uno contó los planes de su viaje. Algunos más organizados, otros más a la deriva, todos estábamos muy ansiosos con esta aventura que ya arrancaba.
El vuelo y la llegada a Auckland
El vuelo duró 13 horas, en el medio por la diferencia horaria, perdimos un día (muy loco, no?). Mi cualidad de dormilona no me falló esta vez. Creo que dormí 12 de las 13 mientras que a Jose le costó más dormirse. Ni bien llegamos nos esperaba un transfer de EF (Education First, la escuela donde estudiamos). Nos despedimos de los argentinos y quedamos en que posiblemente nos volveríamos a encontrar en alguna calle de Auckland (ya que obviamente no nos podíamos pasar nuestros celulares argentinos porque no funcionaban).
El transfer dejó primero a unos japoneses y brasileros y después a Jose en su barrio: Unsworth Heigths. El barrio era de película, casas de madera pintadas con colores pasteles, árboles a los costados y los mejores autos estacionados (y hasta yates).
La última en llegar a su casa fui yo. Mientras charlaba con el chofer, un hombre grandote y muy simpático que me hacía escuchar hits del momento. Luego de 30 minutos viajando por la ciudad llegué a mi barrio: Birkdale. Es parecido al de Jose. El chofer me dijo: «Kristina (la dueña de casa) tuvo una urgencia, mientras te podés quedar con sus vecinos». Acepté sin problemas, aunque la situación me pareció muy extraña. Ayer estaba tomando mates con mis amigos y hoy estoy en Auckland entrando a una casa desconocida, tomando un café con dos desconocidos mientras espero que llegue otra desconocida para poder entrar a otra casa desconocida que será por dos meses mi casa y mi familia. Se trataba de un matrimonio mayor. Él se llamaba Mori y era kiwi (aclaración acá kiwi se les dice a los nativos, a la moneda y a los pájaros). Ella, Vanesa y era inglesa.
Se conocieron en Inglaterra cuando él estaba en la marina y lo mandaron allá una vez. Se casaron y él la trajo acá. No tuvieron hijos, pero me mostraban orgullosos un perro muy chiquito y marrón (por no decir bastante feo el pobre) al que adoraban como un niño.
Después de haberme tomado el café me ofrecieron otro al que acepté por compromiso. Fueron amables conmigo aunque la conversación nos costó bastante. Hablaban muy rápido y con un acento muy particular y con la boca muy cerrada. Luego de un rato, me avisaron que había llegado Kristina.
Mi nuevo hogar en Auckland
De un auto gris se bajó una señora rubia de mi estatura, de unos 50 años.Tenía el pelo cortito a lo varón y ojos azules. «Hi Gil!! Sorry for the delay». I had a problem with my friend», me dijo disculpándose. Le sonreí diciendo que no había problema, y la abracé a modo de saludo. Los suecos no se caracterizan por ser muy afectivos pero poco me importó. Me nació así, después de todo esa desconocida iba a ser la persona con la que iba a convivir dos meses. Me ayudó con la mochila, el bolso y la otra mochila (sí, me traje ropa de más) y me invitó a entrar a la casa (ubicada en 28 B Verbena Road). Lo primero que ví antes de atravesar la puerta fue un estante con muchos zapatos.
No era Reyes asi que pregunté si me tenía que sacar los zapatos. «Yes, please. It’s better to clean», me contestó. Por adentro me reí y pensé: «ok, pero se tendrá que aguantar mi olor a patas!» En el piso de abajo me mostró que estaba mi habitación. Allí el piso estaba alfombrado, había un sillón muy cómodo, una mesa ratonera de madera que hacía juego con un escritorio, un estante y dos cajoneras. Una mini escalerita llevaba a un cuadrado en la pared. Allí había dos colchones: uno tenía una sábana y un acolchado por lo que supuse que esa sería mi cama. (Si bien propiamente dicho cama no tengo, ese colchón resultó de los más cómodo). Vale aclarar que no usan sábana, sino solo la de abajo y luego el acolchado.
En el primer piso está el living, la cocina, el baño, el lavadero y otras tres piezas. El living es muy amplio, tiene un sillón beige muy cómodo, una estufa a hogar y el árbol de navidad al costado (real, no artificial).
La cocina está separada por una barra. Tiene una heladera y un armario con una especie de almacén adentro. Me mostró donde estaban las cosas más útiles de la cocina. Lo mismo hizo con el baño y me enseñó de forma amable las reglas de la casa: secar los rincones de las paredes de la ducha, secar la goma del lavarropas (lavarropas?! qué es eso?. Primera cosa nueva del 2010: aprendí a usar lavarropas. 2do: tengo una cuenta bancaria en NZ, que top, no?)
Noten que Kristina tiene un problemita con la humedad. Las demás reglas eran más normales, como en cualquier familia. Yo temía que me hicieran rezar el padre nuestro en cada comida pero no fue así. Con los horarios tampoco hubo problemas. Nada más me pidió que le avisara si venía a comer y/o dormir y me entregó al instante una copia de la llave.
Dos gatos me vinieron a a dar la bienvenida. De nombre ya los conocía.
El gato era Rassmury y la gata Missy. Pensé que me iba a costar tiempo diferenciarlos, pero al instante comprendí que no. El sordo grita!! Como si se quisiera escuchar… Siempre me rodeé de gatos (chiste fáciles abstenerse por favor) pero nunca escuché gritar a uno tanto como a éste. En fin… Kristina se alegró de que su nueva «inquilina» se llevara bien con sus mascotas. Incluso los primeros días me dejaba dicho si me podía encargar de alimentarlos. Eso me hacía extrañar menos a mi gato, aunque como el hinchapelotas de mi Carbón, no hay!
Después de dejar mis cosas se ofreció a llevarme a la estación de micros (de mi zona) donde podía comprar los tickets de bus más baratos. Me indicó la parada del micro (queda a 4 cuadras de mi casa, casi llegando a una esquina). Esas tres cuadras son en subida, asi que a la mañana, dormida y generalmente llegando tarde, las tengo que hacer casi corriendo para no perder el micro.
Durante los primeros días mis pulmones me querían matar, a la 6ta semana ya se acostumbraron a mi falta de oxígeno. Tienen 30 minutos para reponerse y para llegar a la ciudad. En este punto me detengo porque vale la pena aclarar una cosa que me llamó mucho la atención en mi primer día.
En Auckland hay una bus lane (línea de micro) por el que solo pasan los micros, valga la redundancia. Son las 8 de la mañana, hora pico, los autos todos parados, incapaces de avanzar por el alto grado de tráfico que hay y a nadie, NADIE, se le ocurre pasarse al carril del micro. Por ende, el micro va muy rápido, se evita los embotellamientos y llega siempre, SIEMPRE, a horario como dice el timetable. Increíble, ojalá se pudiera hacer esto en La Plata.
De paseo por Auckland
Kristina me llevó al midtown y me hizo un breve recorrido guiado por la Sky Tower y las calles principales (Victoria street y Queen street). Me indicó el camino a mi escuela y me dejó de nuevo en el centro porque se iba a trabajar. Mil cosas nuevas para ver, mis ojos iban de un lado para otro al igual que mis pies que caminaban y caminaban. Con Jose habíamos quedado que nos encontrábamos en la Sky Tower (sin saber cómo hacíamos para llegar).
Afortunadamente yo estaba cerca de la torre y caminé. Como no sabíamos que hacía cada una con su familia no pudimos organizar la hora. Pasaron los minutos y nada, Jose no estaba. Una hora y nada. Primero estaba contentísima, después decidí llamarla para decirle que ya estaba en la Sky.
Fue cuando reaccioné que me había olvidado el número de la casa en mi casa, su teléfono de Argentina no andaba, el mío tampoco y no teníamos nuevos celulares de Nueva Zelanda todavía. Era imposible que yo me comunicara con ella y ella lo mismo. Intenté llamar al celular de Argentina por las dudas. Primer inconveniente: la tarjeta internacional con la que supuestamente me iba a comunicar con Argentina en todo mi viaje, no andaba!! Ya me estaba imaginando perdida en Auckland o hasta las 12 de la noche sentada sola abajo de la Sky Tower (con lluvia, por supuesto). Por suerte la tranquilidad y la paciencia vinieron hacia mí y cuando quise acordar Jose ya había llegado a la torre también.
Teníamos nuestro 30 de diciembre libre así que fuimos a la oficina de turismo para que nos dieran un mapa de la ciudad y empezamos a recorrer los principales puntos de interés de Auckland: el Victoria Park, el Victoria Market y la zona del Harbour.
El parque Victoria está ubicado en la entrada de la ciudad. Tiene una superficie grande pero de ninguna manera es el parque más grande de Auckland. La ventaja del Victoria Park quizás sea la vista, desde donde se observa la zona del Harbour, la calle principal homónima y la Sky Tower. Los domingos los jóvenes se reunen aquí para jugar al sóccer o al rugby.
El Victoria Market es valga la redundancia un mercado ubicado cerca del parque Victoria. A pocas cuadras, se puede disfrutar de un corto paseo por diferentes puestos que venden variados productos: desde alimentos típicos, pescado, verduras hasta remeras, bolsos y los más variados souvenirs.
En uno de esos puestos de souvenirs, nos llamó la atención el hombre que nos dio la bienvenida. De unos 65 años, el hombre mayor de mediana estatura y canoso lucía una musculosa negra con la que mostraba orgulloso sus brazos tatuados. Predominaban los dragones y los tribales maoíres. Confieso que ver a un hombre mayor con tantos tatuajes me sorprendió un poco pero luego de varias semanas en NZ me di cuenta que es muy común ver gente tatuada de todas las edades (más adelante retomaré al tema de los mokos-tatuajes). Le dijimos que nos recomendara un lugar para tatuarnos y nos sugirió ir a la K Road. Hablamos un rato de la historia de sus tatuajes y nos despidió con un consejo de abuelo moderno: «No dejen sus vasos de bebida en los bares cuando van al baño porque les pueden poner sustancias raras». Decidimos hacerle caso, just in case.
Terminamos nuestro primer día en el Harbour, una zona paqueta donde hay muchos restaurantes diseñados especialmente para los turistas que desean tener una gran vista de la ciudad. En el Harbour están «estacionados» los ferrys que parten a distintas excursiones así como también descansan los veleros privados de los neozelandeses que salen a navegar los fines de semana soleados.
Por estos cientos de barquitos que descansan en el puerto es que Auckland es comúnmente conocida como «La ciudad de las velas».
Luego de la recorrida, compramos nuestros nuevos celulares que obviamente eran los más baratos. Se trata de un vodafone que es como un Nokia 1100 (lo mejor es la linternita). Me acuerdo que compré lo mínimo de carga que eran 20 kiwis y luego de 6 semanas sigo con crédito!
Es que vodafone nos dio los cinco primeros fines de semana llamadas gratis y 2000 sms gratis. Parezco una promotora pero todos los backpackers terminamos comprando esta promoción asi que nos comunicamos gratis por los sms.
Mi primer día terminó en mi nuevo hogar cenando con la hija de Kristina, Karolina, que había recién vuelto de sus vacaciones en África. Kristina esa semana trabajó siempre a la noche (de enfermera en un hospital) asi que cenaba con Karolina o sola. La charla con la joven de 27 años fue interesante, ella me contaba de sus vacaciones y me preguntaba sobre mi país. Cenamos pasta a las 6 pm. Es muy temprano para mi costumbre pero es una de las cosas que me estoy acostumbrando.
Acá se cena muy temprano (sí, a las 22.30 me muero de hambre). Ambas estábamos liquidadas por el vuelo del día asi que nos acostamos temprano. Eran las 8 pm de acá, es decir las 4 am de Argentina. Imagínense a esa hora lo lento que funcionaban las neuronas de mi cerebro debido al cambio de horario!
Bonus Track: Tips Viajeros
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