El Parque Arqueológico de Angkor, en Camboya, se compone de una infinidad de templos pero Ta Prohm, Angkor Thom, Bayon y Angkor Wat son sus imprescindibles.
Angkor Wat, los templos que se dejaron abrazar por la selva
Los despertadores comienzan a sonar en las habitaciones de los hoteles de Siem Reap a las 4 am. Aún es de noche en esta bulliciosa ciudad. Ningún viajero quiere perderse el gran espectáculo: ver el amanecer en Angkor Wat.
Para ello, un conductor de tuk tuk −el mío se llama Vannak y habla español− te llevará hasta allí en 20 minutos. También se puede llegar en bicicleta, por caminos entre palmeras y árboles de mango pero hay que tener presente el calor agobiante de Camboya.
La mayoría de los viajeros identifica Angkor con Angkor Wat, el templo que sale en todas las fotos. Pero al preparar un viaje a este lugar, uno se encuentra con mucho más para ver. Es necesario elegir previamente qué templos se quieren visitar en función de los días que disponga ya que existe un circuito corto y uno largo y pases de 1, 3 o 7 días (sólo recomendable para verdaderos apasionados de la arqueología y del arte).
Todo el Parque Arqueológico de Angkor se distribuye en un territorio de 400 km² de selva y posee cientos de monumentos construidos entre los siglos IX y XIV por los reinados de la dinastía Jemer para venerar a los dioses de la religión hindú. Estas edificaciones son la muestra de una época gloriosa cuando el imperio alcanzó su máximo esplendor. Pero con el tiempo, se convirtió en un centro de veneración budista y sufrió muchas invasiones vecinas hasta su misteriosa desaparición en el siglo XV. Los templos quedaron entonces abandonados pero contaron con una aliada para sobrevivir: la naturaleza. La mayoría de ellos fueron redescubiertos en el siglo XIX por colonos franceses luego de unos cuatro siglos escondidos en la selva. Un olvido que la Unesco remedió en 1992 cuando los declaró Patrimonio de la Humanidad.
Intentar describir toda la inmensidad de los templos de Angkor es tarea casi imposible. Al llegar, hay que caminar en total oscuridad y es cuando los sentidos se desarrollan aún más. Distingo más de seis idiomas a mi alrededor y detrás de los árboles, un ruido estridente de pájaros e insectos. Es el último festín de la noche en la selva.
El alba nos sorprende con lluvia y no vemos los colores anaranjados tan anhelados. Sin embargo, la tonalidad surge de los cientos de paraguas de los visitantes que esperan de pie para vivir este momento. De a poco, las cinco torres en forma de flor de loto comienzan a aparecer de forma imponente y a reflejarse en el estanque de agua mientras que las siluetas negras de las palmeras se recortan sobre el horizonte. Un instante místico que recuerda a la pequeñez del ser humano frente al universo.
Ta Prohm: El imperio de la naturaleza se impone al del hombre
Quien visita Ta Prohm, se siente parte de un rodaje del film “Tomb Raider”, protagonizada por Angelina Jolie. Cientos de árboles gigantes abrazan con sus poderosas raíces las paredes del templo como tentáculos de un pulpo. Nacieron de entre sus ruinas como si la naturaleza hubiera querido recuperar lo que fue suyo alguna vez y volver al lugar del que fue despojada años atrás.
Este templo fue un monasterio budista que mandó a construir el rey Jayavarman VII en honor a su madre en el siglo XII. También fue universidad y hospital, llegando a alojar 13 mil personas. Pero al permanecer abandonado durante siglos, la selva invadió gran parte de su espacio. El imperio de la naturaleza se impuso sobre el del hombre, y la vegetación creció por todas partes.
Este es el único templo que los restauradores optaron por dejar tal como estaba cuando lo descubrieron los exploradores franceses en el siglo XIX. Aquí se aprecia el implacable paso del tiempo y la fuerza de la naturaleza incrustada en sus muros.
Sobre las murallas se alzaron los árboles Tetrameles nudiflora (nombre científico) y sus raíces formaron gruesos tabiques que se introdujeron sinuosamente por puertas y ventanas. La vegetación se adueñó de las ruinas y todas estas ramificaciones centenarias hoy son parte del conjunto arquitectónico de Ta Prohm que lo hacen único. La imagen que se nos presenta es totalmente surrealista; es el mejor ejemplo de la simbiosis entre la selva y la mano del hombre.
Angkor Thom, la gran ciudad
El tuk tuk avanza por caminos de asfalto y el aire caliente del mediodía se vuelve cada vez más denso; el calor tropical de Camboya es abrasivo.
Las prendas largas que llevamos puestas se adhieren al asiento de cuero como un pegamento instantáneo. Por tratarse de templos sagrados, los visitantes no pueden ingresar con los hombros descubiertos ni con las rodillas a la vista. Vannak, nuestro guía, cada tanto hace una parada al costado del camino y saca de una conservadora unas toallas recubiertas de hielo y hierbas aromáticas para apaciguar el calor y nos ofrece fruta fresca para reponer energías. Entre templo y templo, cuelga una hamaca de red a lo largo del tuk tuk y se duerme una siesta.
Ingresamos a la ciudad amurallada, Angkor Thom, a través de una de sus cinco puertas de acceso, la Puerta de la Victoria, ubicada en dirección este. Cada uno de estos portones de piedra maciza tiene una altura aproximada de 25 metros y está precedido por un puente que atraviesa un gran foso. Angkor Thom fue una ciudad fortificada de 10 km2 construida dentro del complejo de Angkor. Se construyó bajo el reinado de Javayarman VII, unos de los monarcas más importantes del Imperio Jemer y fue su última capital. Estaba compuesta por edificios civiles, militares, templos y palacios de los cuales sólo permanecieron en pie los que estaban construidos en piedra.
Hoy alberga algunos de los santuarios más importantes del complejo, sombreados bajo el bosque que los cubre. Cuando el viajero piensa que ya lo vio todo, siempre aparece otro templo que lo conmueve.
Bayón, el templo de las miradas
A lo lejos, Bayón parece un conjunto de escombros. Pero a medida que uno se acerca, la perspectiva cambia. Nos empezamos a sentir observados. Y no es para menos; por algo lo llaman el “Templo de las caras”. Sobre sus 54 torres gigantes de estructura piramidal, hay esculpidos en piedra 216 rostros que regalan una sonrisa calma y una mirada misteriosa que nos recuerda a la de la Mona Lisa. Estas enormes caras, de frente o de perfil, parecen perseguirnos con sus penetrantes miradas.
Bayón, situado en el centro de Angkor Thom, es un templo muy diferente que poco tiene que ver con los que lo rodean. De estilo budista, es único por su atrevimiento arquitectónico. Cuando el Rey Jayavarman VII ideó su construcción a finales del siglo XII, sus arquitectos iniciaron un estilo nuevo que se distanció de los valores estéticos clásicos usados hasta entonces en los otros templos. Bayon está recargado en exceso; miles de ornamentos decoran las paredes del templo donde se representan batallas, temas religiosos como las apsaras (ninfas de la religión hindú) e imágenes de la vida cotidiana de la población. Un estallido de arte jemer concentrado en poco espacio.
Al atravesar sus muros, no hay forma de no sentirse observado por las cabezas petrificadas que parecen vigilar tus pasos. Hasta pareciera ser una pequeña venganza por tener que soportar las miles de fotografías de los turistas que posan a diario; esa obsesión por retratar y postear en tiempo real que tiende a uniformar la mirada en las redes sociales.
Angkor Wat, el edificio sagrado más grande del mundo
Al terminar este tour regresamos al punto donde comenzó todo. Pero, horas más tarde, el clima ha cambiado sobradamente. Su figura se aprecia desde lejos; Angkor Wat es fácilmente reconocible por sus cinco torres gigantes en forma de flor de loto.
Mientras caminamos por un puente sobre el inmenso lago que lo rodea, nos cruzamos con algunos monos amamantando a sus crías y otros hambrientos revolviendo la basura.
En el interior del templo, los monjes ofrecen a los viajeros una bendición tradicional entre ofrendas, inciensos y flores.
Este templo es la mayor estructura religiosa jamás construida y uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo. Fue construido por encargo del rey jemer Suryavarman II a principios del siglo XII en honor al dios Vishnú. El recinto, entre cuyos muros se calcula que vivían 20.000 personas, cumplía las funciones de templo principal y albergaba además el palacio real. A finales del siglo XIII, bajo la revolución religiosa iniciada por el rey Jayavarman VII, se convirtió en templo budista, uso que mantuvo hasta la actualidad. Como nunca fue del todo abandonado, es el templo que mejor se conserva en todo el complejo. Además se convirtió en el símbolo de Camboya hasta el punto de figurar en la bandera del país.
Su enorme tamaño sorprende (su torre central es tan alta como lo era Notre Dame) e impresiona su decoración, repleta de esculturas y tallados que narran batallas y hazañas históricas.
Por sus ventanas de barrotes de piedra se asoman las apsaras sonrientes con miradas misteriosas. En sus muros y relieves ásperos al tacto, hay más de ocho siglos de historia de Camboya. De vez en cuando, alguna lagartija se cuela entre los recovecos. Es tanto el despliegue arquitectónico que es frecuente sentirse energéticamente abrumado. La piedra parece estar viva desde donde se la mire.
Atrás quedaron las gotas de la madrugada y un sol ardiente ilumina el templo más importante e imponente de todo el complejo Angkor Wat. A lo lejos, decenas de libélulas ágiles sobrevuelan el tapiz verde selvático.
*Artículo publicado en el Suplemento De Viaje en papel que edita la agencia DIB.
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